El Palacio de Xanadu
Para hablaros de la piscina más bella del mundo (al menos, la más bella que yo he visto), primero debo hablaros de la residencia en la que se encuentra.
Esta residencia es el Castillo Hearst, construida por William Randolph Hearst, un magnate de la prensa americana en la primera mitad del siglo XX. Hearst había viajado por Europa durante su juventud, acompañando a su madre. Impresionado por los tesoros artísticos que descubrió allí, se dedicó el resto de su vida a coleccionar obras de arte (incluyendo edificios enteros), que se llevó a California. El Castillo se pensó como una residencia que albergara su inmensa colección y al mismo tiempo sirviera de fastuoso retiro al magnate.
El resultado final es una curiosa mezcla, no exenta de kitsch, representativa de la visión californiana del lujo y la buena vida.
La residencia fue compartida por Hearst con su amante, la actriz Marion Davies, y sirvió de lugar de encuentro de startlets y estrellas de Hollywood que Hearst traía al Castillo en su hidroavión privado.
En la siguiente imagen podemos ver al mismísimo Charles Chaplin entreteniendo a los huéspedes.
El Castillo Hearst es una presencia ominosa en la película Ciudadano Kane, la obra maestra de Orson Welles basada en la vida del magnate de los periódicos.
En la película, se retrata al Castillo (con el nombre mítico de Xanadú) como un lugar triste donde Kane pasa en aislamiento los últimos años de su vida.
Lo cierto es que se trata de una residencia llena de tesoros artísticos esquilmados de Europa, hasta formar un Palacio digno de un rey absoluto, lleno de salones impresionantes y una biblioteca fantástica.
La piscina exterior
El Castillo Hearst cuenta con una maravillosa piscina en el exterior, la Piscina de Neptuno, basada en temas grecorromanos. Las imágenes hablan por sí solas. Durante años tuve en mi dormitorio una panorámica de este lugar, que con solo mirarla ya te permitía flotar en el limbo:
La piscina interior
Sin embargo, en mi opinión, es la piscina interior la que se lleva la palma, algo realmente impresionante, tanto que le dedico una escena clave en la segunda parte de la Trilogía de las Esferas.
Ninguna de las maravillas del Palacio, de las fantásticas
esculturas, pinturas y juegos de luces de las vidrieras, nada de ello me había
preparado para la impresión que me causó la Piscina. Cuando bajamos por el
elevador personal y salimos al oscuro espacio interior, temí por un momento una
trampa, pues el lugar parecía a primera vista una lóbrega mazmorra. Pero cuando
la chica encendió las luces, oh… los dioses mismos debían haber creado este
lugar para recompensar a sus más fieles, porque era para desmayarse por su
belleza. Ahora sabía que una piscina era una pequeña laguna artificial, pero no
todas podían ser como ésta. Las paredes de la estancia que la contenía, el
suelo que pisábamos y el interior de la propia laguna, estaban tapizados por
una exquisita combinación de diminutas losetas cerámicas que combinaban el oro
y el azul. Las luces emanaban de globos ocre, unos colgados del techo, otros
levantados del suelo sobre puntales y también sumergidos en las paredes de la
piscina, y esa luz ambarina hacía brillar el dorado sobre el azul profundo como
si fueran joyas engarzadas y bordadas sobre un tapiz mágico. Todo este
paisaje enjoyado se reflejaba en el espejo de la quietud del agua, duplicando
la maravilla.
Al aproximarme al borde con la reverencia reservada a un
lugar sagrado, descubrí aún otro prodigio más: en el fondo, superpuesto a los
reflejos dorados, brillaba con verde sobrenatural un entramado de símbolos
rodeados de geométricas cenefas. Me puse de cuclillas, intentando mantener mi
equilibrio, tratando de discernir si lo que veía era real o había sido transportado a un
paraíso subterráneo, a la dimensión en la que moraban los dioses mismos.
-Es bonita, ¿verdad? –dijo ella.
Comprendí entonces por qué Arieldebran había rechazado
esa palabra. “Bonita” no podía describirlo ni de lejos. Era sublime. El lugar mismo, y lo que se sentía al contemplarlo,
era inexpresable.
Me limité a quitarme el mono y seguirla a ella dentro
del agua, rodeados de guirnaldas luminosas y azules de suprema armonía. Dejé
que mi cuerpo se hundiera por un momento, como había hecho tantas veces en el
mar de Dercanlea, sintiendo la calidez del líquido, rezando para que nada de
esto desapareciera. Luego nadé para cruzar hasta el otro lado, sintiendo una
libertad que había perdido hacía años.
-¿Te gusta? –preguntó la chica, recogiendo con la mano su
melena rosada.
Asentí lentamente. Seguramente lloraba, pero mis lágrimas
se confundían con el agua que caía por mi rostro.
-No pensé que algo así podía existir –rompí torpemente mi
silencio. Ella sonrió, poniendo sus brazos sobre el borde, también dorados en
la luz ambarina.
-Es mi sitio favorito –miró alrededor-. Creo que
solamente vengo al Palacio para poder bajar a este lugar.
-No me extraña –dije yo.
La dureza había desaparecido de su rostro. Reflejaba ahora
su verdadera edad, incluso unos años menos, como si la magia de la piscina le
hubiera devuelto su niñez.
Alucinad con las imágenes:
Solo nos queda agradecerle a Julia Morgan que tuviera la visión y el atrevimiento de construir algo así.
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